Tocar el papel a la hora del café

Cada día, los bares se convierten en verdaderas salas de lectura de diarios, un fenómeno que desde hace tiempo forma parte del paisaje urbano. Y la costumbre no nos abandona.

 

edit diario y tacita

 

En ocasiones disfruto del ritual de desayunar y leer los titulares de los diarios frente la mesa de un bar. Momentos en que los sentidos se van despertando, los dedos se ensucian de tinta, se huele el café y se va repasando todo aquello que la prensa dice del mundo.

El café, el bar, siguen siendo ámbitos donde en Rosario todavía se suele leer el diario, y al decir diario me refiero al tradicional de papel. Aunque en los últimos años es cada vez más frecuente observar a parroquianos concentrados frente a sus tablets, nootebooks y teléfonos inteligentes, dispositivos que también nos invitan a navegar las versiones digitales de los principales matutinos.

No se trata de demonizar la tecnología. Es más, en este preciso instante escribo con mi portátil desde uno de estos sitios mundanos que inspiran, plagados de ruidos de copas y cucharitas, arrullados por las conversaciones. Y seguramente vos leerás estas líneas a través de algún dispositivo, de esos tantos que hoy tenemos a mano o nos impone el mercado.

Tampoco es cuestión de renegar de los cambios sociales, de hábitos y hasta de pensamiento que provocó la irrupción de internet y el mundo digital en nuestra vida cotidiana. Soy poco nostálgica por las costumbres que van quedando atrás. Más vale me siento cómoda como testigo de una época en que las nuevas tecnologías insinúan transformarnos la existencia, pero al final diluyen su presencia amenazante y nos devuelven la vida de siempre con toda su diversidad, con todos sus sentidos. También irrumpen la inmediatez y la información vertiginosa, justo en el mismo momento en que hojeamos el diario de la mañana. Un tiempo bisagra, diría.

 

tocar el papel pareja

 

Por estos días, intento poner atención en los cambios culturales que nos interpelan y contrastan con viejas costumbres como leer en papel, y que unos cuantos sostenemos con verdadera obstinación. Empeño que se refleja de su mejor manera en espacios tan vitales como son los bares.

En mi ciudad, mañana tras mañana, tarde tras tarde, legiones de señoras, señores y también jóvenes (aunque lo generacional tiene un peso particular en este tema) arremeten con el periódico que circula entre las mesas. A veces lo descuartizan sin piedad, a tal punto que hasta es difícil encontrar la noticia o sección anhelada luego del toqueteo que el matutino sufrió durante la jornada.

Y no es de extrañar que una página de política o deportes concluya entremezclada con los avisos fúnebres. O el suplemento de cocina que se edita el miércoles derive en un especie de amasijo informativo, ajado, y con rastros de las medialunas ingeridas a la hora del desayuno.

 

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Foto: Marcelo Beltrame

Esas imperfecciones del mundo real, con todos sus contrastes, ruidos, olores y texturas, son decisivas a la hora de elegir el papel a la hora del café. En ese contexto, también es inquietante observar a quienes comparten el mismo hábito.

Cada día, los bares se transforman en hemerotecas informales, lugares que lejos de la sacralidad de aquellas salas tradicionales donde el silencio reina y la información se sirve en catálogos, mantienen el mismo germen modificado por el murmullo del mundo gentil y la urbanidad.

Aunque es cierto que el bar devenido en sala de lectura no siempre es un lugar adonde reina la armonía y el afán por compartir. ¿Quién no tuvo que lidiar alguna vez con un acaparador informativo? Campeones de toda voracidad, estos personajes tienen la mala costumbre de apropiarse de publicación que circule y llevársela a su mesa como si fuese un botín de guerra.

También hay males menores de algún otro parroquiano descuidado aunque no tan graves como los que genera el acaparador informativo. Para evitarlos y hacer más placentero ese momento del día, comparto este propio decálogo.

edit hombre leyendo enfocada

 

Más allá de esas incomodidades y en oposición a las versiones digitales en que el toqueteo de la pantalla se despliega liso, frío y hasta higiénico, el acto de leer el diario de papel permite disfrutar de todos los sentidos: el olor húmedo, la textura de las páginas y sus asperezas bajo el tacto, ensuciarse los dedos con la tinta del mundo.

En fin, leer el diario en el bar es un ritual que muchos seguimos con apasionada obstinación. Por ahora y por fortuna nos sigue acompañando.

 

 

 

 

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