Los intentos por comprender el pensamiento oriental suelen dejarnos a mitad de camino. Es posible que mirar o arrancar una flor marquen la diferencia.
A pesar de mis esfuerzos por acercarme a la simplicidad de los haikus o a la amarga belleza que describe Kawabata, no llego ni llegaré a comprender ese misterio existencial que rodea a la cultura de Oriente. Podemos pensar en un Oriente que aún siendo medio o próximo, siempre será lejano para muchos de nosotros.
Es probable que el racionalismo que nos moldeó tenga parte de la responsabilidad y, antes que él, las rígidas estructuras que se fueron consolidando en la cabeza de Occidente, moldes que nos limitaron la posibilidad de pensar y sentir de una manera integrada que tan bien saben llevar los orientales. Desde la teta que mamamos hasta la escuela en que aprendimos, en todos nuestros recorridos por la universidad, por la vida, en nosotros siempre estuvo y está presente un estilo lineal y limitado de ser y estar en el mundo.
En los últimos tiempos «lo oriental» se convirtió en tendencia, algunas veces alimentada por el marketing de importación, aunque también hay acercamientos genuinos. El hastío por los modelos culturales y patrones de pensamiento tradicional, la llamada crisis global y la tiranía del mercado hicieron lo suyo para empujar a jóvenes y no tanto hacia nuevas búsquedas. Desde hace décadas viene creciendo el interés por las artes marciales y disciplinas milenarias como el tai chi chuan, el chi kung, y prácticas de meditación propuestas por el budismo sea tibetano o zen, en todas sus escuelas o variantes.
Los resultados de esas exploraciones son diversos. Tampoco se trata de un fenómeno contemporáneo. Los primeros registros por esa fascinación vienen desde que mujeres y hombres del oeste del mundo tomaron contacto con otras civilizaciones como la china, india, persa, encuentros que casi siempre estuvieron signados por la fuerza. Es a partir de esos primeros encontronazos que empezaron a construirse nuevas categorías para intentar dar cuenta de aquello desconocido y al mismo tiempo intrigante que se ubica “más allá de la aurora y del Ganges”, al decir de Juvenal y según cita Jorge Luis Borges en una de sus siete conferencias del teatro Coliseo.
Y con esa manía tan occidental por establecer categorías también se fue conformando un imaginario sobre Oriente, un opuesto que no deja de cautivar y que muchos se empeñan por descifrar más allá de lo exótico, a sabiendas de que las mejores aproximaciones no saldrán a la luz desde la linealidad mental a la que estamos acostumbrados. Un camino que no estará libre de frustraciones y tal vez nos obligue a perdernos entre mil y un atajos. Y a pesar de todos los esfuerzos, es muy probable que el satori nunca llegue.
Es muy larga la lista de pensadores y artistas entre la que se incluye el mismo Borges –son muy recomendables las conferencias citadas más arriba, entre ellas, la que analiza el libro de las Mil y una noches y la que interpreta al Budismo–, que durante siglos se dejaron fascinar por lo más inasible de mundo oriental, sus religiones, estética y corrientes filosóficas.
Arrimada a través de noticias de conquistas y crónicas de aventureros, la cultura oriental se convirtió en inspiración para escritores, desde las odaliscas de Henri Mattise a los limitados paraísos artificiales explorados por Charles Baudelaire, y tantos otros que se dejaron cautivar y al mismo tiempo abonaron a la construcción de estereotipos. “Tenemos esa presencia de Oriente, esa presencia a veces abusada”, provoca Borges.
Quien escribe también se dejó deslumbrar por ese universo. El mejor acercamiento vino a través de un librito descubierto hace unos años por casualidad (o causalidad, según la sintonía). No fue recomendado por ningún amigo ni llegó a mis manos desde una clásica biblioteca, sino por cortesía de algunos de los laberintos de la web entre los que me perdí. Por fortuna, alguien se tomó el trabajo de subirlo y el archivo todavía sobrevive a la censura que se cierne sobre la libre circulación de la propiedad intelectual en internet. Se trata de Budismo zen y Psicoanálisis, un diálogo entre Oriente y Occidente que a través de una conferencia protagonizaron Erich Fromm y Daisetz Suzuki en 1957, en Cuernavaca, México.
Desde décadas atrás, el filosófo japonés no cesaba de recorrer universidades del mundo y especialmente de Estados Unidos para promocionar ese sistema de pensamiento (o experiencias) al que algunos se acercaban por curiosidad o esnobismo y otros por interés auténtico. En el último grupo se ubica Fromm, quien por entonces estaba alejado de la ortodoxia de Sigmund Freud y con su claro afán por construir nuevos humanismos siempre retornaba a una de sus fuentes originales, la filosofía. Su admiración por Suzuky fue igualada por Carl Jung –Martin Heidegger también lo reconoció– y otros que se aferraron a la integración de distintas tradiciones espirituales, existenciales o de pensamiento como un camino necesario hacia un yo más saludable y una mejor humanidad.
En el principio de Budismo zen…, Suzuki hace una analogía entre el pensamiento de Oriente y Occidente, y en su afán didáctico apela a la literatura para revelar. Así, cita un haiku de Basho, el monje poeta que vivió en Japón durante el siglo XVII y quien prefería dormir a la intemperie e inspirarse en los bosques para escribir sus haikus y crónicas de viaje. «No recuerdo cuándo, pero en algún momento concebí el deseo de una vida errante, de entregarme al destino de una nube solitaria arrastrada por el viento», es una frase que lo define en las Sendas de Oku (1692), su último libro.
En algunas de aquellas andanzas, el poeta mendicante escribió en una brevísima unidad poética de diecisiete silabas:
Yoku mireba
Nazuna hana saku
Kakine kana.
Cuando miro con cuidado
¡Veo florecer la Nazuna
Junto al seto!
“Es probable que Basho fuera caminando por el campo cuando observó algo junto al seto. Se acercó entonces, lo miró detenidamente, y descubrió que era nada menos que una planta silvestre, insignificante y generalmente inadvertida por los caminantes”, explica Suzuki, en tanto considera algunas particularidades del idioma japonés; entre ellas la palabra kana que cuando acompaña a otras significa admiración, elogio, tristeza o alegría; en la traducción al español equivaldría al signo de admiración. Y para establecer la oposición, Suzuki menciona al poeta decimonómico Alfred Tennyson, inglés y cristiano, por cierto:
Flower in the crannied wall,
I pluck you out of the crannies;
—Hold you here, root and all, in my hand.
Little flower — but if I could understand.
What you are, root and all, and all in all.
I should know what God and man is.
Flor en el muro agrietado,
te arranco de las grietas;
–te tomo, con todo y raíces, en mis manos,
florecilla –pero si pudiera entender.
lo que eres, con todo y tus raíces y, todo en todo,
sabría qué es Dios y qué es el hombre.
te arranco de las grietas;
–te tomo, con todo y raíces, en mis manos,
florecilla –pero si pudiera entender.
lo que eres, con todo y tus raíces y, todo en todo,
sabría qué es Dios y qué es el hombre.
Veamos ahora el análisis que Suzuki ofrece sobre el poema del inglés, a quien escoge por inspirarse en la naturaleza también. Y remarca “el hecho de que Tennyson arranca la flor y la sostiene en sus manos «con todo y raíces» y la mira, quizá intensamente”.
Luego va más allá: “Es muy probable que experimentara un sentimiento parecido al de Basho, quien descubrió una flor de nazuna en el seto, al borde del camino. Pero la diferencia entre los dos poetas es que Basho no arranca la flor. La mira simplemente. Está absorto en sus pensamientos. Siente algo en su espíritu, pero no lo expresa. Deja que un signo de admiración diga todo lo que quiere decir. Porque no tiene palabras para expresarlo; su sentimiento es demasiado pleno, demasiado profundo y no quiere conceptuarlo”.
“Tennyson, en cambio, es activo y analítico. Primero arranca la flor del lugar donde crece. La separa de la tierra a la que pertenece. A diferencia del poeta oriental, no deja quieta a la flor. Tiene que arrancarla de la pared agrietada, « con todo y raíces», lo que significa que la planta debe morir. No le importa, al parecer, su destino; su propia curiosidad debe quedar satisfecha. Como algunos científicos, quiere hacer la disección de la planta. Basho ni siquiera toca la nazuna, simplemente la mira, la mira con « cuidado». Eso es todo”.
Según una síntesis propia, Occidente mira a las cosas de la naturaleza desde afuera y Oriente es capaz de hacerlo desde adentro; porque sean animadas o no, forma parte de ellas. El sujeto se funde en los objetos, mientras piensa y siente al mismo tiempo. Porque aún una flor insignificante siempre será un misterio que abarca también al propio de quien la mira y se emociona con ella.
Así, cualquier deslumbramiento intelectual queda fuera de juego y la simpleza gana la partida.
La segunda parte del libro, la conferencia de Fromm, según mi perspectiva resulta un poco forzada, justamente porque insiste demasiado en buscar afinidades entre busismo y psicoanálisis, cuando el primero propone la destrucción del yo, y desde la práctica psicoanalítica se plantea reconstruirlo.
Aunque hay que marcar otra vez la salvedad, porque a igual que Jung, por entonces el psicoanalista oriundo de Frankfurt andaba por caminos divergentes a la ortodoxia. Tal vez su genialidad no resida en la búsqueda de analogías entre ambas corrientes de pensamiento que desplegó en este libro, sino en su lucidez y amplitud mental para aventurarse hacia verdades más universales, en definitiva, su capacidad por alcanzar nuevas revelaciones.
Es que las búsquedas de Fromm fueron tan prolíficas como sus libros: su recomendada práctica del autoanálisis, sus sesiones de meditación que mantuvo hasta el fin de sus días a la par de la interpretación de los sueños, su residencia prolongada en México, sus críticas a la sociedad de consumo, el compromiso político ante los hechos de su tiempo. Las marcas que dejó en su vida y en su obra son casi infinitas. Su invitación al diálogo junto a Suzuki, a quien no sólo igualó sino que generosamente antepuso en el orden de aparición del libro, es una muestra más de su genialidad.
Casi al final, un párrafo suyo encuentra una analogía certera: «Nuestro análisis se ha referido hasta ahora a puntos tangenciales de semejanza o afinidad entre el budismo zen y el psicoanálisis. Pero la comparación no puede ser satisfactoria si no se refiere claramente al punto principal del zen, que es la iluminación, y al punto principal del psicoanálisis, que es la superación de la represión, la transformación del inconsciente en consciente».
Gracias Mariela por tu hermoso texto, claro, preciso y revelador que me llenó de recuerdos llevándome a los años 60 cuando pude leer los diarios de Flaubert y sus retratos sobre Indochina. Y Todo lo que fue marcando en mi vida el encuentro de dos mundos y descubrir la magia de lo oriental. O cuando pude ver en “El Angel azul” de la ciudad de Córdoba, “La Chinoise de Jean Luc Godard. También con Hiroshima mon amour de Alain Resnais. Luego El Amante de Marguerite Durás….
Gracias Roberto. Es cierto, faltaron los registros de cine. Es una buena sugerencia para una próxima publicación y la tendremos muy en cuenta.
PARAMAHANSA YOGANANDA: «‘ – El singular latido de la vida que palpita en toda la creación era visto como poéticamente imaginario antes de su descubrimiento, profesor ! En cierta ocasión conocí a un santo que jamás arrancaba una flor – »
SIR JAGADIS CHANDRA BOSE : » -Debo yo robar a un rosal la ostentación de su belleza? Debo lastimar su dignidad con mi rudo expolio? El poeta está íntimamente unido a la verdad, en tanto el hombre de ciencia se acerca torpemente…-»
Diálogo entre Sir J.C. Bose y Yogananda.