Amores turcos, la otra Estambul

Orhan Pamuk recorre su ciudad desde los primeros recuerdos y la describe en tensión constante entre pasado y modernidad. Mirada de corresponsal que se funde con la propia tierra.

libro Pamuk

 

Durante 2015 se cumplió un siglo del genocidio armenio aún no reconocido por Turquía. La matanza sistemática iniciada a fines de abril de 1915 e interpretada como la antesala del nazismo, provocó la muerte de más de un millón de personas en manos del régimen de Talat Pasha. Suena extraño que esta tendencia por difundir la cultura y costumbres del que fuera el Imperio Otomano haya coincidido con la nefasta efemérides, al menos en nuestras tierras. Según parece, en Argentina, el interés por ese país se potenció a través del turismo y las telenovelas.

El primer fenómeno, el crecimiento como destino turístico de acá para allá, fue consecuencia del segundo. Es que un par de culebrones filmados en una enigmática Estambul mantuvieron en vilo a miles de televidentes argentinos durante 2015. La oleada de seguidores que alcanzó Las mil y una noches superó cualquier expectativa y se convirtió en un fenómeno masivo.

Producida en la misma Turquía algunos años atrás, la historia de amor entre Sherezade y Onur se ganó el interés de la audiencia argentina y se filtró en conversaciones de trabajo, charlas de café y sobremesas familiares, algo bastante común a las sagas exitosas. Lo extraño es que la adhesión fue más allá del argumento, coincidente con el estereotipo de la telenovela como género de ficción. También encendió el entusiasmo por conocer un país de aura exótica –al menos para nuestro imaginario- y una cultura  lejana, tanto por sus costumbres como por sus modos de vinculación social.

Con una mirada más crítica sobre la sociedad de ese país tensionado entre oriente y occidente, la telenovela Qué culpa tiene Fatmagül no se quedó atrás y por estos días sigue sumando espectadores.

La literatura, esa gran reparadora

Ante el extravío generado por melodramas y plazas hoteleras a pleno, la literatura nos ayuda a encontrar el camino. Por fortuna. Desde una perspectiva autobiográfica y a través de 448 páginas, Orhan Pamuk trama Estambul: ciudad y recuerdos y nos propone un recorrido por cada rincón de esa urbe milenaria recostada a orillas del Bósforo. Así, la desnuda, revela sus secretos y nos invita a interrogarnos sobre sus contrastes. En fin, Pamuk se lanza a la aventura de disfrutar del camino que supo recorrer desde la infancia mientras busca la esencia de su ciudad.

Pamuk Bosforo

“Hay autores, como Conrad, Nabovok o Naipaul, que han conseguido escribir con éxito cambiando de lengua, de nación, de cultura, de país, de continente e incluso de civilización. Y sé que, de la misma forma que su identidad creativa ha ganado fuerza con el destierro o la emigración, lo que a mí me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella la que ha formado mi carácter”, escribe el premio Nobel en la página 16, un adelanto de cómo se fundirá a cada uno de sus rincones.

Su mirada sobre Estambul, esa manera tan sutil de comprender sus contrastes y abrazarla, despierta una pizca de envidia –para nada sana, la envidia nunca lo es–; también por su habilidad de cronista para revelar la tierra que habita.

A propósito, el libro presentado en capítulos que podrían ser unitarios aunque acompañen la secuencia biográfica, se estructura como un conjunto de crónicas selectas que, inclusive, rescatan al periodismo como género. En la página 161 rinde homenaje a “los corresponsales de la ciudad” que bien se ocuparon por describir y narrar cada rincón estambulí. En ese capítulo se refiere al poeta y periodista Ahmet Rasim, quien “a lo largo de medio siglo, escribió sin parar sobre todo lo que se refiriera a Estambul: de los diversos tipos de borrachos a los vendedores de los suburbios; de los dueños de los colmados a los malabaristas callejeros; de los músicos a los pordioseros; de la belleza de los barrios del Bósforo a las tabernas; de las noticias cotidianas a las de la Bolsa; de los parques y plazas y lugares de diversión a los mercados semanales; de las bellezas individuales de cada estación del año a las muchedumbres; de los juegos con bolas de nieve y trineo a las historias de la prensa; de los cotilleos a los menús de los restaurantes”.

El juego entre los textos que recorren su infancia es permanente: la vieja ciudad desplazada por la modernidad, las diferencias de clases, la belleza de los templos y un acongojado pensamiento colectivo. Y el riesgo es mayor al incorporar el recurso narrativo de las fotografías, un álbum que en momentos se torna familiar y en otros se despliega como bitácora de viajes.

Pamuk

«Viví el Estambul de mi infancia como las fotografías en blanco y negro, como un lugar en dos colores, oscuro y plomizo, y es así como lo recuerdo”, señala y luego va más allá: “El blanco y negro de la gente que regresa a casa las tardes de invierno después de que caiga la oscuridad prematura despierta en mí la sensación de que pertenezco a esta ciudad, de que comparto algo con ellos. Siento como si la oscuridad de la noche fuera a cubrir la pobreza de la vida, las calles y los objetos, y que, mientras respiramos tranquilos por fin en casa, en nuestros cuartos, en nuestras camas, nos entregaremos a sueños y fantasías hechos de las antiguas riquezas, las construcciones desaparecidas y las leyendas de ese Estambul ahora tan lejos”, expresa desde ese ángulo tan íntimo como universal donde cuenta historias propias y ajenas.

Seleccionadas por él mismo, esas imágenes monocromas rompen la linealidad y refuerzan en el lector la constante sensación de melancolía, aunque luego se ocupará de diferenciar ese sentimiento al de la amargura como una marca de su pueblo. «La belleza del paisaje está en su amargura», cita a Rasim. En otro capítulo, describe el verdadero sentido de la palabra hüzün, como se denomina en turco al estado existencial de la amargura: «Cuando llegamos a sentir correctamente esta emoción y los paisajes, los rincones y la gente que la extienden por la ciudad, cuando nos formamos en ella, llega el momento en que, mires donde mires, la sensación de amargura se hace tan patente en la gente y en los paisajes como la bruma que comienza a moverse poco a poco en las aguas del Bósforo las frías noches de invierno cuando de repente sale el sol».

Y al proponer en esta nota a la literatura como reparación, Pamuk logra casi lo impensado con Estambul…. Y no sólo porque su mirada aleja a la ciudad del folletín de exportación y la publicidad turística. Es que el libro, escrito antes de recibir el premio Nobel, interepreta las múltiples tensiones sociales que caracterizan a ese país y se prolongan desde hace un siglo. Como cuando expone las razones de esa Estambul «dividida entre la cultura tradicional y la occidental, y entre una minoría inmensamente rica y los suburbios, donde viven millones de pobres»; o se refiere a una inmigración incesante que hace que «nadie sienta la ciudad como su verdadero hogar”.

Bosforo Pamuk

«Cuando hablo de mí intento hablar de Estambul y cuando lo hago de Estambul intento hacerlo de mí».

Aunque fuera de su biografía, al menos de forma literal, las críticas constantes de Pamuk a la derecha nacionalista de su país le valieron la persecusión y la amenaza constantes, como a muchos intelectuales. «Un millón de armenios y 30.000 kurdos han sido asesinados en estas tierras, pero nadie se ha atrevido a hablar”, dijo en febrero de 2006 a un medio europeo. Por eas declaraciones a favor de la causa armenia debió soportar la acusación de «traidor a la patria» y un complejo proceso judicial.

La situación se agravó posteriormente, cuando en enero del 2007 fue brutalmente asesinado el intelectual turco Hrant Dink, director de Agos, semanario de la comunidad Armenia, y perseguido por militar por la misma causa. Ante ese hecho, Pamuk volvió a tomar una posición de repudio y debió abandonar el país durante un tiempo.

Es cierto que Estambul… en sí mismo no es un libro político como los especialistas literarios sí califican a la recientemente editada Una sensación extraña y otras novelas, pero sus críticas a las desigualdades sociales y la falta de reparación histórica subyacen en cada párrafo, en cada línea.

Y también es un deleite descubrir como el escritor se amalgama con su Estambul. Con tanta intensidad se funde a ella que logra el milagro de acercárnosla como si de un viaje se tratara. Y todo sin recurrir a estereotipos ni historias edulcoradas.

«Por eso el lector, se habrá dado cuenta que cuando hablo de mí intento hablar de Estambul y cuando lo hago de Estambul intento hacerlo de mí», juega y nos convida a ir en busca de otra de sus joyas literarias.

 

pamuk bar
Pamuk, Orhan
Estambul: ciudad y recuerdos
8ª edición
Buenos Aires: Mondadori, 2010
2003 primera edición
448 páginas
1ª edición en Argentina, 2006

 

 

 

 

 

 

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